lunes, 24 de agosto de 2009

Mi agradecimiento a Alfaguara
















Papeles Inesperados, de Julio Cortázar, y el viajero del siglo, de Andrés Newman, dos publicaciones recientes de Alfaguara.



Debo agradecer públicamente la atención que siempre me dispensa Ediciones Alfaguara. Siempre me he sentido distinguida con el trato dispensado, a través de Ruth Herrera y Secundino del Villar. Siempre recibo las invitaciones y, muy frecuentemente, los libros publicados. La verdad es que no me puedo quejar. Algo nos une a los tres: el amor por la literatura y el interés de promoverla como merece. Aquí me tendrán siempre.
Gracias por enviarme, primeramente, Papeles Inesperados de Julio Cortázar, una edición que contiene textos inéditos escritos durante diferentes etapas de su vida, los cuales han sido publicados a los veinticinco años de su muerte; y El viajero del siglo (Premio Alfaguara 2009), del escritor argentino-español Andrés Neuman, ambos se encuentran en las librerías del país. Según informaron, a esta XII edición del Premio Alfaguara de Novela concurrieron 546 manuscritos inéditos. El premio estuvo dotado de 175.000 dólares más una escultura de Martín Chirino. Newman llegará a Santo Domingo en gira promocional en noviembre próximo.


Peripercias del agua*

Julio Cortázar, Papeles Inesperados


Basta conocerla un poco para comprender que el agua está cansada de ser un líquido. La prueba es que apenas se le presenta la oportunidad se convierte en hielo o en vapor, pero tampoco eso la satisface; el vapor se pierde en absurdas divagaciones y el hielo es torpe y tosco, se planta donde puede y en general sólo sirve para dar vivacidad a los pingüinos y a los gin and tonic. Por eso el agua elige delicadamente la nieve, que la alienta en su más secreta esperanza, la de fijar para sí misma las formas de todo lo que no es agua, las casas, los prados, las montañas, los árboles.
Pienso que deberíamos ayudar a la nieve en su reiterada pero efímera batalla, y que para eso habría que escoger un árbol nevado, un negro esqueleto sobre cuyos brazos incontables bala a establecer la blanca réplica perfecta. No es fácil, pero si en previsión de la nevada aserráramos el tronco de manera que el árbol se mantuviera de pie sin saber que ya está muerto, como el mandarín memorable decapitado por un verdugo sutil, bastaría esperar que la nieve repitiera el árbol en todos sus detalles y entonces retirarlo a un lado sin la menor sacudida, en un leve y perfecto desplazamiento.

No creo que la gravedad deshiciera el albo castillo de naipes, todo ocurriría como en una suspensión de lo vulgar y lo rutinario; en un tiempo indefinible, un árbol de nieve sostendría el realizado sueño del agua. Quizá le tocara a un pájaro destruirlo, o el primer sol de la mañana lo empujara hacia la nada para que el agua esté contenta y vuelva a llenarnos jarras y vasos con esa resoplante alegría que por ahora sólo guarda para los niños y los gorriones.
*Unomasuno, México, 11 de abril de 1981.


2 comentarios:

  1. Precioso este post sobre el agua Clara.

    Encantada de saludarte.
    Aurora

    ResponderEliminar
  2. Me alegra te haya gustado, complacida estoy. A mí también me gustó cuando estuve seleccionando uno para el post. Muchísimo placer de saludarte.

    ResponderEliminar