martes, 15 de diciembre de 2009



Un tiempo en el espacio de Francisco Tiburcio
Por Myrna Guerrero (ADCA/AICA).


Una primera exposición individual marca el compromiso vital del artista con su obra y con la sociedad. Así lo ha asumido Francisco Tiburcio, quien desde el 2003 se nos ha presentado en bienales y concursos por selección, hasta madurar un discurso que formaliza con textos cromáticos donde manchas, veladuras y trazos superpuestos elaboran una grafía que se va haciendo particular a este artista nacido en la ciudad de San Cristóbal, donde todavía vive, trabaja y comparte con otros de su generación, como José Pelletier y Fermín Ceballos, con quienes completa la trilogía de artistas más sobresalientes de su ciudad natal en la actualidad.

En la obra de Tiburcio se siente el paso por la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde aprendió los rudimentos esenciales para la práctica pictórica. De sus lienzos en grandes formatos el artista extrae formas imbricadas que sugieren al espectador el caos, el movimiento, sentimientos y situaciones por donde transitan la vida y las relaciones. A partir de conceptos definidos va deslindando lo superfluo hasta preservar unas superficies abstractas donde el hacer traduce una necesidad interior de expresarse por el gesto y la pincelada.

A voluntad, Tiburcio se decide por una paleta sobria, marcando la diferencia con los modelos de una pintura dominicana “pseudo caribeña” por sus colores exacerbados. Por el contrario, en los trabajos de este artista no es el color que golpea nuestra retina sino el trazo, el contraste máximo luz-blanco/ausencia de luz-negro, las pátinas y los grafismos -recursos que obligatoriamente nos refieren al maestro Ramón Oviedo- y que luchan con persistencia por encontrar su propia voz. Una voz que se expresa en tonos fríos, con mucho de gris y más de blanco y negro. Con formas que se esparcen desde el centro cual si fueran segmentos rotos de un universo errante donde caben las transparencias, las multiplicaciones y las indefiniciones hasta conformar un todo armónico y equilibrado que constituye la carta de presentación de Francisco Tiburcio en la plástica dominicana.

Discreto y hasta introvertido, el lienzo es el espacio donde el pintor libera sus miedos en una catarsis de comunicación a través del pincel, la materia y las palabras. Porque no en vano los títulos de sus obras promueven una lectura que hasta nos parecen plantear los versos de un poema autónomo cargado de nostalgia y ritos existenciales. Así lo percibimos cuando leemos los textos “Parece imposible vencer tu furia”, “Y pensar que el caos soy yo”, “Soy el artífice de tus sueños”, “Aún permanece irredento”, “Tal como es arriba es abajo” y “Dos caminos para escoger”.

En muchas ocasiones el título enlaza el propósito del artista con el producto final-obra y constituyen claves para su apreciación. En esta propuesta de Tiburcio, los títulos incitan a interpretaciones múltiples, tanto como esas formas que se esparcen y dialogan por sí mismas liberadas del lazo titular. Porque no necesitamos conocer sus nombres para entrar en este universo cautivante que convence por la sinceridad de una obra en busca de su expresión particular. En ésta, su primera muestra individual, Francisco Tiburcio devela para nosotros sus secretos y entra con pasos firmes en el escenario visual dominicano.





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