Sobre Antonin Artaud y el Teatro de la Crueldad
Por Clara Silvestre
“No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible”. Antonin Artaud
Mientras los seguidores de Artaud lo calificaban de poeta visionario y creador genial, otros lo calificaban de enfermo mental, debido a los diagnósticos relacionados con esquizofrenia y sus crisis que le llevaron a pasar largas estadías en sanatorios. Ya se ha hablado de que lo uno y lo otro no sean incompatible, más bien partes de un todo: genialidad y locura.
En un artículo publicado por Mónica Ferrado, en El País (2007), titulado “La frontera entre la genialidad y la locura”, expone que el catedrático Francisco Mora y el escritor Vicenç Altaió, coincidieron en afirmar: “Ni todos los genios están locos, ni todos los locos son genios”.
Según Mora, "el genio es una persona con extraordinarias capacidades, focalizadas en alguna materia, y con capacidad para alumbrar ideas abstractas nuevas y expresarlas, es decir, de crear". Mora puntualizó que existen personas con buenas ideas, aunque no serían considerados como genios: "el genioide es el que puede concebir ideas, pero no puede expresarlas. El talento lo tiene el que puede acabar creando".
En cuanto al mito sobre la relación entre genialidad y enfermedad mental, Mora dejó claro: "el genio no es un enfermo, hay de todo, aunque es cierto que en el caso de existir enfermedad, sabe aprovechar sus brotes de locura para crear cosas fantásticas". Esta tesis viene apoyada por estudios que han permitido ver que "las facultades creadoras ya existen antes de manifestarse la enfermedad".
De la locura poética refiere Derrida a propósito de Artaud. Susan Sontag lo consideró la figura más significativa del artista subyugado “víctima de su consciencia”, afirmando que nadie ha representado de un modo tan riguroso y detallado “la microestructura del dolor mental”, ni nadie ha sido tan consciente de la falsificación de la literatura en cuanto que el dolor se convierte en energía, en benigna obra de arte.
En su primer manifiesto de El Teatro de la Crueldad, expone: “No podemos seguir prostituyendo la idea del teatro, que tiene un único valor: su relación atroz y mágica con la realidad y el peligro”. Por este escrito de 1932, es que es conocido como el creador del teatro de la crueldad. En él, alude o reclama un espectáculo integral, donde se suprime la escena, la sala, el decorado y donde pide luces tenues, y ruidos insoportables y desgarradores.
Para Artaud era transcendental que el público que observa sea haga consciente de la violencia que domina su propio interior y las fuerzas naturales, de ahí que su propuesta se centre en el gesto, la danza y el movimiento, y no en la acción o la palabra. Es entonces que se resalta la tarea del director escénico, no así del dramaturgo, y el texto pierde valor. Toda intención dirigida a su concepción de que el teatro debía afectar a la audiencia tanto como fuera posible.
A su juicio, las palabras no representan el centro del teatro, constituyéndose solamente en una herramienta, entendiéndose que se trata de un lenguaje puro que puede existir sin las palabras, como se da en las pantomimas, las que por sí solas se elevan por la gran carga poética que dejan en el espacio.
Artaud exploró distintos géneros literarios, todos dirigidos hacia un “arte absoluto y total”. Sus primeros poemas los escribe cuando llega a París en 1920, y luego haber sido internado, durante su adolescencia, por desequilibrios mentales. Ya en 1921, era actor de la troupe de l`Atelier de Charles Dullin, trabajando con Pitoëff y Jouvert. En octubre de 1918, cuando Georges Pitoëff funda su compañía: el Teatro Pitoëff contaba con Artaud entre sus actores.
“Tric-Trac del cielo” y “El ombligo de los limbos”, los publica entre 1923 y 1925, ya perteneciendo al grupo surrealista, obras que demuestran la entrega que tuvo hacia ese movimiento. Así también, en “El pesa nervios”, hace alusión a sus intentos por encontrar la vida de adentro, sin anquilosarse en “segmentos en cristaloidoes”.
Cuando Artaud afirmó: “No tengo más que una ocupación, rehacerme” o cuando dijo: “Sufro que el Espíritu no esté en la vida y que la vida no esté en el espíritu”, nos muestra ese hombre que sentía la realidad como algo espiritual. Una frase a mi juicio impactante es: “El espíritu no necesita del alimento físico para vivir, pero cumplir a rajatabla con el camino contradictorio del hombre implica la muerte”, planteada en “Pablo los pájaros o el lugar del amor”.
Al incursionar en el movimiento surrealista, conoce a Breton al que considera su maestro. En las obras que escribe en esa época se manifiesta la pasión con que asumió estas disciplinas. Pero, más tarde Bretón encamina sus ideas al servicio de la Revolución, exhortando a Artaud, entre otros miembros, a corregir sus enfoques orientalistas. De ahí, más tarde, Artaud escribe una carta que titula “El gran anochecer o el bluff surrealista”, donde advierte que el movimiento se había hecho artificial y donde asegura: “Lo que me separa de los surrealistas es que ellos aman la vida tanto como yo la desprecio”.
Entendiéndose que para comprender a ciencia cierta las ideas expuestas por Artaud habría que entenderse su concepto o conceptos significantes a la crueldad, fue que Lee Jamieson aludió cuatro formas posibles: Primero, que lo ocupó metafóricamente para describir la esencia de la existencia humana, donde Artaud “creía que el teatro debe reflejar su visión nihilista del universo, formando una inesperada conexión entre su propio pensamiento y el de Nietzsche.
La definición de Nietzsche sobre la crueldad forma la del propio Artaud, declarando que todo arte encarna e intensifica las brutalidades subyacentes de la vida para recrear la emoción de la experiencia. Aunque Artaud no cita formalmente a Nietzsche, [sus escritos] contienen una autoridad persuasiva familiar, una exuberante fraseología similar, y motivos en extremo·”
También, Jamieson dice: “Artaud construía el uso de la palabra, en una forma de disciplina. Aunque necesitaba el rechazo de formas e incitar al caos, además promovía una disciplina estricta y un método de rigor para el espectáculo”.
Antonin Artaud fue conocido con este seudónimo, aunque su nombre real fue Antoine Marie Joseph Artaud. Nació el 4 de septiembre de 1896 en Marsella, Francia, y murió el 4 de marzo de 1948, en París.
Cuando era niño padeció una meningitis que le dejó dolorosas secuelas y ya siendo adolescente pasó largas temporadas recluido en sanatorios. Tartamudeaba y sufrió contracciones de los nervios faciales que le causaban mucho dolor, por lo que le resultó difícil hablar y escribir.
Con un historial de dificultades y dolencias no era de extrañar su vida en una lucha constante consigo mismo y, en ese recorrido es que decide entonces escribir no solamente sus ideas y pensamientos, sino también sus luchas y contradicciones.
Fue poeta, dramaturgo, actor, director de teatro. Trabajó en 22 películas durante los años 20 y 30, entre las que se destacaron Napoleón de Abel Gance y La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Drever. No puede discutirse la gran influencia ejercida por las ideas de Artaud en la historia del teatro mundial.
En definitiva, y eso se ha entendido, Artaud propone que el arte recobre su función sagrada, como en sus inicios. David Dickinson, lo expresa muy bien: “Artaud sabe que el hombre occidental lleva mucho tiempo muerto, y que el nacimiento siempre es doloroso, el cambio de un estado a otro implica un chorro de sangre. Por eso le pide al artista inclemencia, brutalidad, crueldad. Hay que propinar un durísimo golpe al hombre dormido tantos siglos, y que se ha habituado tanto a la vida que ya no reconoce ninguna realidad más que el de las apariencias, el de la estupidez, el de la comodidad de un trascurrir apagado. Atrás de la cortina del pensamiento y de los fenómenos, sabe Artaud del fundamento que a todos mantiene entre la vigilia y el sueño”.
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ResponderEliminarClara,
ResponderEliminar¡Qué buen artículo! Me parece que, Antonin Ataúd, sentía que la vida estaba invadida de demonios que era necesario exorcizar para conjurar sus influencias de manera definitiva. El calvario, las crisis y sufrimientos de los últimos años de su vida están manifiestos en su obra de forma tan brutal como lo fue el dolor que le producía la existencia.
Ataúd llega a nuestros días tocándonos con su arte: un teatro absolutamente puro, completo y con la fuerza comunicativa de la acción. Su obra está cargada de una dimensión catártica y metafísica extraordinaria con la cual pretende entender los juegos de las grandes fuerzas cósmicas. A través de la violencia de su espectáculo pretende develar la violencia del hombre moderno y busca que el espectador se deshaga de sus ideas de guerras.
Invito a los amantes de tu blog a disfrutar de “Pour en finir avec le jugement de Dieu” -Para acabar con el juicio de Dios-: una realidad cruda, lacerante, desgarrante e irónica como lo fue su vida y su obra.
Saludos,
Ofelia
no entendi nada ese coment tan dejavuidepresivamentenewage
ResponderEliminargracias por la excelencia
eso si te digo clara gracias por la excelencia!!
salud
alm